El poder nos quiere ver de dos formas, o trabajando o consumiendo, el resto del tiempo es aterrador para él, aguanta la respiración, ya que es el tiempo que tenemos para vernos y reunirnos, para analizar nuestras vidas y poder desenmascarar el entramado de basura en el que nos encierran. Tocarnos, conocernos, aprender, leer, reflexionar, hablar etc. son catalizados por las drogas hacia alocadas modas del instante de tres días, de la muerte del tiempo dilatado de la reunión y el conocimiento, de la preparación y la reflexión de nuestras vidas, ahora sustituidas por la huida y la moda de "ponerse" lo antes posible hasta llegar al delirio, de ver cómo el tiempo de diversión no lo marcan los individuos sino las drogas (12 horas, 24 horas, etc.).
Cuando nuestro tiempo es preparado y etiquetado, ya sea por el capitalista que planifica nuestro curro o por el diseñador de drogas que planifica nuestra abstracción, hemos dejado nuestras vidas en manos de otros, hemos delegado nuestra capacidad de creación vital, nuestra capacidad de decisión, somos representados por el carácter que imprime en nosotros la droga y el carácter que imprimen en nosotros los poderes del mercado.
Al igual que el capitalista tiene que crear las condiciones sociales para que vayamos a trabajar todos los días, es la única manera que tenemos de ganarnos la vida, vemos cómo las drogas reproducen este problema en el ocio-capitalista. El ritmo de ocio-consumo que se nos impone y presupone a los jóvenes es el caldo de cultivo perfecto para que aparezcan drogas que, separadas de usos consonantes con la experimentación colectiva y contextualizada, son simples estimulantes de períodos de irracionalidad y seudovigilia, creando un ambiente de reunión alrededor de la droga (elemento de separación de los individuos) que se vuelve nexo de unión entre los consumidores, y que, de repente, se hace cada vez más homogéneo y regular gracias a los ritmos impuestos por las sustancias.
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